En un mundo donde el transporte aéreo conecta países y culturas en cuestión de horas, no debería sorprendernos que los aviones sean una opción común para trasladar a nuestras mascotas. Sin embargo, las aerolíneas y los sistemas de transporte parecen haber olvidado una verdad fundamental: los animales no son objetos. No son maletas, cargamentos ni simples bultos que puedan ser arrojados a un compartimento oscuro, frío y ruidoso como si fueran equipaje inerte.
El sufrimiento invisible
Cada año, miles de mascotas son transportadas en las bodegas de los aviones, donde enfrentan condiciones adversas: temperaturas extremas, falta de ventilación adecuada, ruidos ensordecedores y el estrés de ser tratados como carga. Para un animal, el viaje puede ser traumático, e incluso letal. Según varios informes, no son raros los casos de animales que mueren durante vuelos debido a golpes de calor, deshidratación o estrés extremo.
Las aerolíneas suelen justificar estas situaciones argumentando limitaciones técnicas o económicas. Sin embargo, esta lógica ignora que los animales son seres vivos que sienten miedo, dolor y angustia. No se trata de comodidad o caprichos, sino de empatía básica y del reconocimiento de su dignidad.
Un sistema diseñado para objetos, no para vidas
El problema radica en que la infraestructura de transporte está diseñada para objetos, no para seres vivos. Aunque algunas aerolíneas ofrecen servicios de cabina para animales pequeños, la mayoría restringe a las animales de mayor tamaño a viajar en la bodega. Esto demuestra la poca prioridad que se les da, pues en lugar de adaptar los espacios para garantizar su seguridad, las empresas optan por mantenerlos relegados a un sistema que prioriza la eficiencia económica por encima del bienestar.
Una falta de regulación global
El transporte de animales varía ampliamente entre países y aerolíneas. Mientras que algunos ofrecen servicios más humanitarios, otros tienen políticas negligentes. La falta de regulación global en esta materia permite que las aerolíneas adopten prácticas cuestionables sin enfrentar repercusiones. Esto perpetúa la idea de que el bienestar animal es secundario, una narrativa que refuerza el maltrato de nuestros compañeros de vida.
¿Qué podemos exigir? Espacios adecuados: Es necesario que las aerolíneas implementen compartimentos diseñados específicamente para animales, con ventilación, control de temperatura y supervisión constante. Entrenamiento del personal: Los empleados encargados del manejo de mascotas deben ser capacitados en bienestar animal y manejo en situaciones de emergencia. Mayor transparencia: Las aerolíneas deben informar claramente sobre los riesgos que implica el transporte en bodega y ofrecer alternativas viables. Regulaciones internacionales: Los gobiernos y organismos internacionales deben implementar normativas claras que obliguen a las aerolíneas a garantizar el bienestar animal.
Un cambio de mentalidad
La verdadera solución radica en cambiar nuestra perspectiva: dejar de considerar a los animales como “propiedades” y empezar a tratarlos como seres vivos con derechos básicos. La forma en que un sistema trata a los más vulnerables,sean humanos o animales, es un reflejo de sus valores. Mientras permitamos que nuestras mascotas sean tratadas como maletas, estamos aceptando un modelo que privilegia la comodidad humana a costa de la dignidad animal.
El transporte no debería ser un trauma para ningún ser vivo. Al exigir un trato justo para los animales, estamos dando un paso hacia una sociedad más empática, responsable y justa. Porque al final, ellos no son maletas. Son familia.
Efectivamente la política de los transportes públicos olvida criterios que tienen que tenerse como fundamentales.
Si mi perro excede el tamaño requerido para viajar a mi lado es “inhumano” en cerrarlo en medio de la oscuridad y el frío o calor de una bodega.
Esperemos en algún momento tener en nuestro país reglamentaciones claras y sobretodo justas para nuestros animales.