En las últimas semanas, Chile ha sido escenario de una seguidilla de casos estremecedores de maltrato animal. Desde perros golpeados hasta caballos abandonados a su suerte, pasando por gatos torturados y animales silvestres encerrados en condiciones inhumanas, la brutalidad ha tomado rostro en cada rincón del país. Las redes sociales se han llenado de denuncias y registros que hieren la conciencia de cualquier persona con un mínimo de empatía. Pero más allá del impacto momentáneo, ¿qué se hace realmente?
Cada acto de maltrato es indigno. No importa la especie ni el contexto: infligir sufrimiento a un ser vivo que no puede defenderse nos rebaja como sociedad. Y lo más alarmante es que, a pesar del horror, el patrón se repite. ¿Por qué? Porque en Chile los animales siguen siendo vistos como “cosas” ante la ley. Porque las normativas que existen se vuelven estériles cuando no hay voluntad política, judicial ni policial de hacerlas valer.
La justicia llega tarde, mal o nunca. La policía no cuenta con formación suficiente para actuar ante casos de crueldad animal. Y el mundo político, salvo contadas excepciones, prefiere mirar para otro lado antes que asumir un compromiso real con el bienestar animal. Mientras esto siga así, mientras los animales sigan siendo considerados propiedad en lugar de seres sintientes, el maltrato no solo continuará: empeorará.
Chile necesita mano dura. No más penas simbólicas ni castigos condicionados. Se requieren reformas legales urgentes que reconozcan a los animales como sujetos de derecho, con un estatus que refleje su valor intrínseco. Se necesitan fiscales especializados, recursos para rescate y rehabilitación, y sobre todo, una cultura que enseñe desde la infancia que la violencia contra los animales es violencia, punto.
Repudiamos con fuerza cada acto de crueldad y exigimos justicia. Porque una sociedad que permite el abuso hacia los más indefensos es una sociedad enferma. Y Chile, hoy, tiene que sanar.